Siempre he visto en El Diablo ese aspecto oscuro que cuesta reconocer en uno mismo pero que nos resulta muy fácil señalar en otros. Ya lo dijo Carl Gustav Jung en su momento cuando expuso la idea de las proyecciones y como el ser humano de forma instintiva buscaba enjuiciar afuera lo que por dentro reprimía y no aceptaba, dando así soporte para entender actitudes tan irracionales como el odio a las minorías sociales o el rechazo a determinadas actitudes que, supuestamente, nosotros jamás tendríamos. Todo aquello que se encuentra bajo la superficie de nuestra personalidad, todo ese mundo subterráneo que parece hervir en nosotros se manifiesta entonces como enemigos, personas del mundo exterior que parecen representar a la perfección el papel de nuestras propias cualidades oscuras. ¿Que te cae mal esa persona que consideras muy soberbia? Pues allí hay algo tuyo que no has querido reconocer ¿Que consideras a esa persona muy manipuladora o directamente una tramposa? Pues allí hay algo que te pertenece. Es la mierda que no te gusta ver la que parece surgir desde tu interior pero enmascarada como el juez que pretende acabar con tamaña vergüenza exterior. Visto así, bastaría observar a los que más enjuician para entender que dentro de ellos está El Diablo más grande y peludo: un aspecto retorcido pero además oculto que mantiene encadenada a esa persona, atrapada en sus propias trampas y engaños, intentando venderse el cuento chino de que es un santurrón o santurrona cuando en realidad tiene sus manos tan manchadas como el resto.
Las personas encadenadas de la carta podrían representar las trampas y juegos mentales que nos llevan a creer que nosotros estamos más limpios que los demás, cuando en realidad estamos tan atados a las bajas pasiones como el resto. El dominio e influencia de El Diablo es material pero también espiritual, como algo que se manifiesta a través de la complejidad de los sentimientos y que se expresa a través de la mascarada, este juego en dónde un día si tenemos suerte nos damos cuenta que esto de señalar hacia afuera no tiene sentido. Cuando ese día llega logras romper las cadenas y te transformas en El Mago: alguien que sabe gestionar las cosas de otra forma y que logra sacar provecho de las lecciones que nos da el resto. Te das cuenta que aquel a quién odias y rechazas hasta la médula no es más que otro maestro en tu aprendizaje.
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